No era lo que se dice una gran lectora, pero en su defensa señalaré que le encantaban los libros. Me refiero al libro como objeto, como artefacto estético, como promesa de una experiencia inédita. Sobre todo, le gustaban los comienzos que prometían historias llenas de aventura, de pasión o de misterio.
La recuerdo entrando en el estudio. Su figura esbelta y la melena larga y oscura le daban una apariencia de mujer madura. Pero era solo una ilusión forjada en mi retina pues en aquella época no debía pasar de los quince años. Nada más entrar, recorría con la mirada los extensos anaqueles de la biblioteca que había atesorado su padre, un hombre taciturno y rendido a una extraña enfermedad que, durante los últimos años de su vida, le había llevado a atrincherarse en el consuelo de la ficción. (continuará)
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